sábado, 19 de abril de 2014

El crucificado que pregunta

Una nueva Semana Santa, una nueva llamada a la reflexión.

No cabe duda que el misterio de la Pasión despierta en todos nosotros las más profundas emociones, la muerte de Cristo de nuevo nos vuelve a dejar con grandes signos de interrogación sobre la manera en la que asumimos su sacrificio salvador.

Ante tal cuestión existencial, hay varias respuestas, para muchas personas lo más sencillo es evadir el hecho de reflexionar en ello, pues simplemente supera el intelecto, supera lo racional y nos ubica en nuestra finitud. En otras palabras el Crucificado es de nuevo un escándalo entre muchos, es de nuevo signo de contradicción, ante el cual la única respuesta válida es la postración y la contemplación.

El Crucificado, en su imagen más desgarradora, con sus heridas expuestas, con las llagas abiertas y expirando su último aliento, es aún confrontativo para todos, pues nos interpela cada vez que le vemos y nos dice: ¿ya aceptaste mi sacrificio?

En esto consiste, amigos míos, el silencio reflexivo del Viernes y el Sábado Santo, en dar respuesta a la propuesta de salvación de Cristo, el crucificado. El problema radica en el compromiso de una respuesta afirmativa a Aquel clavado en la cruz, ya que un Sí, nos clava en la cruz a nosotros también, pues si queremos la Salvación de una resurrección debemos morir a nosotros mismos, a nuestras miserias, pecados, mezquindades, banalidades, orgullos y respetos humanos.

Cuando pienso en esto entiendo la razón de porque existen tantas cruces sin Cristo, porque existen tantas denominaciones cristianas que se niegan a tener un crucificado en sus templos, por supuesto, ver al crucificado implica reflexionar sobre mi respuesta a este sublime y primerísimo acto de amor; y no es sencillo.

También es cierto que ese crucificado me recuerda al rostro de mi hermano más dolido y maltratado por la vida que implora mi ayuda, de ese familiar que sufre y que desea recurrir a mí, de ese extraño que solicita mi caridad o de esas personas que se cruzan en mi camino en las tareas más cotidianas y esperan de mí una respuesta amable, un oído atento y palabras de consuelo.

El silencio de estos días Santos, incomoda, porque el bullicio cotidiano nos desvía de dar una respuesta al crucificado que nos observa, pero estos días que sabiamente la Iglesia destina a la meditación, nos ponen de frente a la necesidad de dar una respuesta al Sacrificio de Salvación, con los compromisos que esto conlleva.

Por tal motivo, insisto, muchos prefieren no ir a la Iglesia en estos días, por supuesto, en los lugares de fiesta difícilmente verán un crucifijo que les vuelva a cuestionar, y además a todo aquel que tenga cara de crucificado no lo dejaran entrar, no por su facha, no por olor, no por sus peticiones, sino porque nos pregunta de nuevo:  ¿ya aceptaste mi sacrificio?

Amigos míos, busca la manera de volver la cara a un crucifijo y trata de responderle viendo su rostro.

Saludos, les quiere Osva.

Si desean charlas, talleres u otras actividades para sus grupos parroquiales pueden escribirme al correo:
osvaldomurillo@gmail.com o al Facebook.


Con y Por Amor